El fenómeno Wikileaks y el nuevo panorama mediático

Clay Shirky|Arianna Huffington||

Para los aficionados al sensacionalismo y el escándalo, Wikileaks puede no pasar de ser un suministrador de «chismes» o «cotilleos», una especie de «confidencial» que destapa aquello que el periodismo establecido -el serio- seguramente no revelaría por propia iniciativa.

Esta interpretación de la labor de Wikileaks avalaría algunos de los argumentos esgrimidos en su contra, como la falta de responsabilidad y criterio con que pueden ser publicadas sus revelaciones. Una ligereza por cuya causa -se ha llegado a decir- pueden incluso ser puestas en riesgo la libertad o la propia vida de algunas personas.

Tendríamos así a la casquivana Wikileaks por un lado y a la prensa seria, responsable, por el otro. Un escenario de opuestos que sería muy del agrado de los poderes afectados por las informaciones distribuidas a través de la organización que encabeza Julian Assange.

Pero la táctica utilizada por esa organización para su última oleada de filtraciones –los famosos «cables»– ha desbaratado la base de esa argumentación. El elegir a un puñado de medios -cabeceras de primer orden y prestigio internacional, en España el diario El País– para que fueran ellos quienes publicaran en primera instancia las revelaciones trasladaría la acusación de irresponsabilidad hacia esos medios, algo ya más difícil de mantener. Y aseguraba de paso una difusión masiva de los «cables» que posiblemente Wikileaks -menos influyente y más vulnerable- no hubiera podido desarrollar por sí sola.

Estos serían los principales beneficios de esa estrategia para Assange y su equipo. Pero también para los medios -los directamente implicados y el mundo del periodismo en general- tiene sus consecuencias, posiblemente ya irreversibles.

Ya apuntábamos algo aquí, hace poco, en «Los enemigos de Wikileaks: ¿miedo a las multitudes inteligentes?», haciendo hincapié en el poder que las nuevas tecnologías confieren a la ciudadanía. Un poder para una acción a la que las revelaciones de Wikileaks, publicadas en grandes medios, surten de motivación. ¿Será que esos medios son ahora inequívocamente cómplices de la ciudadanía en la lucha contra los abusos del poder?

Quizá no podamos ir todavía tan allá. Aunque sí es cierto que la distribución de los «cables» ha abierto una puerta al cambio en el panorama general de la información. Clay Shirky (entrevistado por PeriodismoCiudadano.com) y Arianna Huffington escriben sendos artículos en The Guardian sobre esa transformación en curso.

Clay ShirkyShirky afirma directamente, ya en el título de su artículo, que «Wkileaks ha creado un nuevo panorama mediático» («WikiLeaks has created a new media landscape»).

Comienza Shirky explicando que Wikileaks ha venido a incidir en uno de los puntos de tensión de las democracias: «el gobierno necesita ser capaz de guardar secretos, pero los ciudadanos necesitan saber qué está haciendo en su nombre». Ambos principios, fundamentales a la vez que incompatibles, han venido coexistiendo hasta ahora en un delicado juego de equilibrio con el arbitraje de los medios, teóricos vigilantes del correcto proceder de los gobiernos al tiempo que aliados de éstos en la preservación de informaciones sensibles. Esto es, esa prensa seria, responsable, de la que antes hablábamos.

Con la irrupción de Wikileaks en el panorama informativo, argumenta Shirky, ese equilibrio se tambalea. Si bien ese papel de árbitro ejercido por los medios se desarrollaba en un terreno de juego delimitado -el territorio nacional de cada país-, con unas reglas claramente establecidas -las leyes de cada nación-, Wikileaks se mueve en un ámbito transnacional, que permite a los leakers -filtradores que suministran la información- escapar al control de esas reglas.

Así, cualquier ciudadano que se halle en posesión de una información que considere de interés público e ilegítimamente mantenida en secreto puede ahora convertirse en un leaker, obviando el obligado trámite anterior de confiar a un medio esa información para que éste decidiera sobre la idoneidad de su publicación. Esto tiene sus riesgos, como también reconoce Shirky. Los gobiernos seguirán intentando guardar sus secretos, quizá incrementando los controles, y harán todo lo posible por silenciar a esos leakers.

Pero la tendencia es imparable. Y, para Shirky, no representa sólo la entrada de un nuevo actor en el panorama mediático, sino un cambio del propio panorama en sí.

Arianna HuffingtonArianna Huffington, por su parte, sostiene que los medios tradicionales no saben cómo manejar el fenómeno Wikileaks («Traditional papers didn’t know how to handle WikiLeaks»).

Para la fundadora del Huffington Post Wikileaks es la gran noticia mediática de nuestro tiempo, una fuente que marca nuevas fronteras en el mundo de la información y cuyas implicaciones no han dejado de ser analizadas por gobiernos, medios y ciudadanos.

Los medios tradicionales, mantiene Huffington, no han sabido qué hacer con el fenómeno, con una mayoría de ellos ocupándose más de la propia Wikileaks -en cuestiones como la justificación para la publicación de las filtraciones- y sólo una minoría atendiendo realmente al contenido de las revelaciones y sus derivaciones políticas.

Es la imagen de la prensa supeditada al criterio del poder y cómplice de sus manipulaciones, como ironiza un tweet de John Perry Barlow publicado por Huffington en su artículo:

Hemos llegado a un punto de nuestra historia en el que las mentiras son el discurso protegido y la verdad la criminal.

La verdad -reproduce Huffington lo escrito por Simon Jenkins– es que el trabajo de los medios no debiera ser proteger al poder cuando éste se enfanga:

Su trabajo es jugar el papel del muchacho en «El traje nuevo del emperador» –con la valentía suficiente para expresar lo que nadie se atreve a decir. Y cuando la prensa comercia con la verdad a cambio de privilegios de acceso a la información, es Wikileaks la que actúa como ese muchacho del cuento.

Cita la periodista algún ejemplo concreto de informaciones «fabricadas», difundidas sin dudar para complacer al poder, en medios que -opina- pueden formar parte de la prensa, pero también son parte del sistema. Medios que ante el fenómeno Wikileaks han intentado confundir los legítimos secretos del gobierno con lo que sólo son mentiras destinadas a mantener a la ciudadanía en la ignorancia de algunos temas incómodos para sus gobernantes. Ni siquiera Wikileaks -explica- mantiene la idea de que todo, absolutamente todo, ha de ser desvelado con absoluta transparencia. Pero hay que diferenciar entre el secreto necesario y la mentira conveniente, y confudir ambos es algo peligrosamente insano para la democracia.

Una distinción vital, como concluye Huffington:

Esto trata sobre nuestro futuro. Para que nuestras democracias sobrevivan, los ciudadanos deben estar en disposición de saber los que sus gobiernos están haciendo realmente. No podemos progresar si no tenemos una noción precisa de dónde nos encontramos de verdad. Si esta información nos llega a través de un nuevo medio digital o un periódico tradicional -o ambos- poco importa.

Estas dos opiniones sirven como ejemplo de un debate ya suscitado, en cuyo centro se encuentran los medios y su posición ante las ensanchadas fronteras de la información. Sea ésta la que sea para cada uno de ellos, lo que nadie puede dudar es que Wikileaks, aparte de sus filtraciones, ha aportado también elementos de reflexión para el diseño de ese nuevo panorama mediático que parece haberse comenzado ya a gestar.

Imágenes | Clay Shirky: Flickr de Esther Dyson; Arianna Huffington: Flickr de Digitas Photos.

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