Allá donde las urnas no llegan: el futuro de la participación electoral en un mundo desigual

Palacio presidencial de Puerto Principe

Entrados ya de lleno en el 2025, y con las ecuaciones electorales ya resueltas, los gurús de la geopolítica internacional estrujan ahora sus análisis en lo que depararán las políticas de los candidatos electos en un contexto internacional en el que sus acelerados cambios políticos empiezan a ser ya una preocupante costumbre. El año 2024 abría gran parte de los análisis geopolíticos con pronósticos sobre lo que depararía la gran cita electoral en todo el planeta en la que casi la mitad de la humanidad estaba llamada a votar en más de una tercera parte de los países que componen los 5 continentes. Y mientras, la otra mitad de la humanidad, o bien espera turno para depositar su papeleta o se resigna a que su derecho a ejercer el voto siga restringido. Se propone así bajo estas líneas un pequeño viaje hacia aquellos lugares en donde las urnas no llegan.

Asia, el continente más grande y poblado del mundo, albergó elecciones generales en 18 de sus 48 estados, al que se sumarían las elecciones en el pequeño Taiwán como uno de los 5 países continentales no reconocidos y que tantas jaquecas genera al gigante chino. Los grandes titulares del año electoral asiático serían la consolidación de las políticas ultranacionalistas en países claves como India o Turquía, los controvertidos resultados en Pakistán o el reciente caos poselectoral en Corea del Sur, pero, a pesar de ser el continente donde más población estaba llamada a votar, Asía es, también, el territorio que más déficit democrático presenta.

Según la organización no gubernamental Freedom House dedicada a medir el estado de los derechos políticos y libertades civiles en el mundo, sólo 6 países asiáticos superarían los estándares para ser catalogados como “libres” (Japón, Corea del Sur, Mongolia, Israel, Timor Oriental y Taiwán), 18 “parcialmente libres” y, el resto, bajo el dominio de regímenes que restringen derechos fundamentales. Entre este último nutrido grupo se encontrarían monarquías absolutas como Brunéi, Qatar o Arabía Saudí; regímenes bajo un sistema de partido único como China, Laos o Corea del Norte; autocracias militares o familiares como Birmania o la recién “liberada” Siria; teocracias como en Irán o Afganistán o estados inmersos en plenos conflictos armados como Yemen o Palestina (otro de los todavía no reconocidos).

Mitin electoral en Namibia

Si bien, algunos combinan incluso varias de las funestas etiquetas descritas, la lista es todavía más larga (Omán, Turkmenistán, Vietnam, Emiratos Árabes Unidos…) y, aunque algunos sí se “molesten” en celebrar elecciones, no por ello quiere decir que sean democráticas, ni mucho menos, libres o competitivas.

África, tercer continente en extensión geográfica, es el segundo más poblado, representando el 15% de la
población mundial. Según datos del Fondo de Población de las Naciones (UNFPA) es, además, el continente
más joven del mundo con el mayor porcentaje de personas menores de 18 años. Este dato, aunque desde el
punto de vista electoral mantiene a más de la mitad de su población total sin poder introducir la papeleta de
voto, revela que podrá ser el continente con inercias futuras más sorprendentes.

Una de ellas es la notable implicación de la juventud y su aprovechamiento de la tecnología para ejercer nuevas formas de participación ciudadana. Participación, por cierto, que, en el caso de las mujeres, se traduce en una progresiva presencia en la esfera pública y mayor representación en los parlamentos nacionales, erigiéndose este año Namibia como el 5º país africano en tener una presidenta de la nación después de Liberia, Malawi, Tanzania y Etiopía.

Otras sorpresas fueron el fin del oficialismo en Senegal por partida doble, con un
presidente y primer ministro por debajo de los inhabituales 50 años de edad o la pérdida de mayoría
absoluta del partido de Mandela por primera vez desde el fin del apartheid en Sudáfrica.

Del total de los 54 estados africanos, hubo elecciones en casi la mitad de ellos y, si bien hubo sorpresas, hubo también resultados “previsibles”: Argelia, Túnez y Egipto revalidaban gobiernos con “discretos” escrutinios  por encima del 90% a favor de las candidaturas presidenciales; Chad, Ruanda y Mozambique no se quedaron atrás, confirmando, a su manera, el continuismo con la saga familiar de los Deby, la 4ª reelección de Kagame o el empeño de Frelimo por “continuar su lucha”.

Cartel electoral de Swapo en Namibia

Y es que la salud democrática de África todavía sufre de serios achaques. Según los estándares de la citada Freedom House, sólo aprobarían 9 países, 4 en el cono sur (Namibia, Botsuana, Sudáfrica y la pequeña Lesoto); Ghana, allá por el occidente continental y, perdidas en los mares, las islas de Cabo Verde, Mauricio, Santo Tomé y Príncipe y las Seychelles.

El resto, extendidos por toda la masa continental, entre suspenso o necesita mejorar. Así, entre los países donde las urnas todavía no llegan están aquellos regidos por juntas militares, especialmente en el Sahel tras los golpes de estado de los últimos años en Mali, Burkina Faso, Guinea Conakry o Níger; aquellos todavía inmersos en procesos transicionales, como Libia, Somalia o Sudán del Sur o aquellos en plena guerra, como la que sufre Sudán con la peor crisis humanitaria actual en el Planeta. Y, por supuesto, no podían faltar aquellos con “querencia” al cargo, bien en formato de dictaduras monárquicas, como Marruecos o Esuatini (Suazilandia) o presidencialistas, como la de Paul Biya en Camerún (desde 1982); Museveni en Uganda (desde 1986); Isaías Afewerki en Eritrea (desde 1991) y Teodoro Obiang Nguema en Guinea Ecuatorial, éste último con el desgraciado récord de “dictador más longevo del mundo” ocupando su cargo desde que en 1979 derrocó en un golpe de estado a su tío Francisco Macías.

América, situada al otro lado del charco y con poco más de 1000 millones de habitantes, es la tercera en porcentaje de población mundial, la segunda en extensión y la única que alcanza tocar los dos polos terrestres. Quizá, de ahí los “cortos” que hacen saltar tanta chispa en sus intensos procesos electorales. El 2023 se despedía con la resaca electoral argentina o el subidón de fiesta, según le sentase a cada cual el cotillón que cerró el año con la vitoria de Milei. En el 2024, el final de fiesta tampoco defraudó con la victoria del primer presidente electo estadounidense con cargos penales y un cartel de barras y estrellas que fue analizado hasta la saciedad durante todo el año.

Y entre medias, mientras unos países alternaban también sus gobiernos (vuelta del Frente Amplio en Uruguay o la coalición de partidos en Panamá), otros, revalidaban victorias como la bolivariana en Venezuela, impugnada por medio mundo; Morena en México, situando a Claudia Sheinbaum como primera mujer presidenta en la historia de su país o la abrumadora mayoría de Bukele en El Salvador, a pesar de su contorsionismo constitucional para ratificar su candidatura. No es de extrañar, que con tanto candidato “alfa”, la reelección del gobierno en la pequeña República Dominicana pasara mediáticamente desapercibida. No en cambio, la cada vez más desastrosa situación que vive su vecino Haití, el país más pobre del continente donde, desde hace décadas, llueve sobre mojado: terremotos, ciclones, magnicidios, ocupaciones militares y su penúltimo drama, el control por bandas callejeras de casi la totalidad de su capital Puerto Príncipe, sumiendo al país en un preocupante desgobierno y un horizonte futuro poco halagüeño.

Pero tanta pasión electoral americana no es óbice para que el continente goce de mejores índices democráticos que sus homólogos asiáticos y africanos. Según Freedom House son sólo 4 países donde la libertad está seriamente restringida, además de los mencionados Haití y Venezuela, la sempiterna Cuba, con su “sistema político” de partido único y Nicaragua, cuya “linda flor” sufre los desmanes del caudillismo familiar de los Ortega y su absoluta perversión del pasado revolucionario de su formación.

Y en este viaje electoral nos adentramos como última estación en lo que el ex alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, llamo el “jardín europeo”, un viejo vergel que, con el permiso del hemisferio sur, podría hacerse extensivo a los territorios oceánicos. Juntando ambos continentes no superan ni en población, ni en territorio a los tres anteriores, si en cambio, en sus estándares de aprobación democrática.

Pero como en todo parterre, en lo que refiere al ejercicio de derechos y libertades, hay siempre jardineros que podan más de la cuenta en países como Hungría, Serbia o Bosnia, y desde el punto de vista electoral, la alargada sombra de fraude no incomoda ni a la senda de Putin, considerando a Rusia como animal de compañía en territorio europeo, ni a su patio trasero en Bielorrusia, gobernada desde 1994 por Lukashenko, recién reelegido para su séptimo mandato con casi el 90% de votos.  Mientras, en la vecina Ucrania, hasta que la ansiada paz ponga fin a la ley marcial, las urnas de cristal seguirán guardadas en los refugios antiaéreos.

2024 fue, efectivamente, un año electoral intensito con reválidas, alternancias y pantomimas. Lo que sí que no cambió fue la imposibilidad de votar en aquellos lugares proscritos donde las urnas tristemente hace mucho que no llegan. Lugares con libertades restringidas, persecución política, censura periodística, privación de derechos y prevaricación judicial, una sistemática amenaza cuyo contrapeso lo ejercen valientes voces que se arriesgan en su empeño y denuncia a través de las pocas herramientas de participación ciudadana a su alcance.

Aun así, nada de ello fue impedimento para que los países del nuevo jardín desplegarán sus amables diplomacias allá donde los intereses políticos, económicos y militares más convenían (acuerdos migratorios, negocios de armamento, hidrocarburos, mundiales de fútbol, etc. etc. etc.) aparcando para mejores ocasiones esos discursos de derechos y libertades que forjaron las viejas democracias de Occidente. La Historia, a pesar de la apariencia sucesiva y acelerada de acontecimientos, es como un gran buque que navega con lentitud por el desierto oceánico. Errar la hoja de ruta puede derivar en peligrosas tempestades y despertar viejos monstruos marinos. Un viejo aviso para nuevos navegantes.

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