Un informe reciente, «Acts of Journalism – Defining Press Freedom in the Digital Age» (PDF), viene a insistir en la necesidad de proteger todos los actos de periodismo, tanto de periodistas profesionales como ciudadanos.
El autor de este informe es Josh Stearns, de Free Press, que durante los últimos cuatro años ha estado siguiendo los debates sobre libertad de prensa en EE.UU. y cómo afectan a los ciudadanos como nuevos participantes en los procesos informativos.
Diferenciar entre quién es periodista y quién no lo es, sostiene Stearns, ya no es algo útil. Y así lo argumenta al principio de su informe:
El auge del periodismo profesional en el siglo XX ayudó a crear una cierta imagen de la prensa. Esta imagen, que la propia industria ha reforzado, aseguraba que sólo los periodistas «profesionales» están involucrados en el periodismo. Pero ese no ha sido siempre el caso, y la irrupción de la tecnología digital y el poder democratizador de Internet han cuestionado fundamentalmente esa imagen.
Hoy en día, más personas que nunca están participando en el periodismo. La gente comparte primicias en Twitter, cubre las noticias de sus comunidades en Facebook, informa en tiempo real mediante livestreaming, distribuye noticias por correo electrónico y escribe en profundidad en blogs sobre temas de importancia cívica y comunitaria. Algunas de estas personas son lo que habíamos considerado periodistas «tradicionales», trabajando en las nuevas plataformas, pero muchos no lo son.
A medida que más y más personas realizan «actos de periodismo», las líneas entre quién es y quién no es un periodista se tornan más borrosas –y la distinción se vuelve menos útil.
Expone Stearns como muestra de la validez del periodismo ciudadano algunos casos de lo que se han considerado hitos de este fenómeno, momentos en los que la información ciudadana ha resultado de especial importancia. Por ejemplo, el caso de Oscar Grant, que reseñamos aquí en su momento, en enero de 2009:
Karina Vargas, de 19 años de edad, regresaba a casa una noche cuando se bajó de su tren al ver a la policía arrestando a un grupo de jóvenes en la estación de Fruitvale en Oakland, California. La policía parecía estar usando una fuerza excesiva, por lo que Vargas sacó su teléfono móvil y comenzó a grabar. Como el conflicto se intensificaba, Vargas se acercó. Estaba a unos 4,5 metros de distancia cuando la policía mató a Oscar Grant por la espalda. Los agentes intentaron confiscar la cámara de Vargas después de los disparos, pero ella se negó. Su material fue utilizado por la estación local de la CBS y en la causa judicial contra el funcionario acusado del disparo.
Esta es solo una historia particularmente relevante, pero, como el informe asegura, hay cientos de casos de ciudadanos realizando actos de periodismo que sirven a sus comunidades y están cambiando el rostro del periodismo. Y no siempre es sencillo. Karina Vargas, en el caso citado, tuvo que enfrentarse a amenazas reales y directas de la policía cuya actuación denunciaba su vídeo.
Cada vez son más los medios profesionales que buscan la colaboración de sus audiencias, los ciudadanos, en los procesos informativos. Pero –se pregunta el informe–, ¿qué protección se brinda a esos colaboradores ciudadanos?
Paradójicamente, los mismos avances tecnológicos que han propiciado la democratización de los procesos informativos sirven al aumento de la vigilancia de los gobiernos –cuando éstos no promueven directamente leyes que limitan las libertades de sus ciudadanos. En el clima actual –propone el informe–, no tienen sentido las protecciones de la libertad de prensa que se aplican sólo a una clase restringida, la de los profesionales. No es suficiente con proteger a los periodistas tradicionales, hay que proteger todos los actos de periodismo. Tenemos pues que impulsar políticas que protejan también a los nuevos participantes, los ciudadanos.
Aunque el informe se ciñe a la situación de la libertad de prensa en EE.UU., ofrece reflexiones de sumo interés, extrapolables a un ámbito global. Por ello, recomendamos desde aquí su lectura.
Vía | The Tyee